25 de octubre de 2010

Edificación de la casona a mediados del siglo XVII

En la parte del solar lindante, calle real de por medio, con la iglesia y portería del convento de San Agustín, el capitán de milicias Diego Fernández Durán y su esposa doña Isabel Florencia de Rivas “labraron y edificaron” a mediados del siglo XVII la casa cuya historia se comienza a reseñar. Don Diego fue un próspero mercader en Trujillo, propietario de fincas urbanas, dueño de la hacienda San José de Buena Vista y tierras de Susanga en el valle de Virú.

Su considerable fortuna le permitió una vida llena de comodidades y un destacado lugar en el estamento señorial trujillano. Doña Isabel Florencia fue hija de don Pedro de Rivas, maestro carpintero y de doña Florencia Díaz. La casa la había heredado de su padre don Pedro de Rivas. Doña Isabel Florencia había heredado de su padre una antigua casa allí existente. La propiedad heredada fue de una extensión considerable, pues comprendía el área destinada años más tarde a la plazuela de San Agustín.

Los estrechos vínculos de amistad entre los esposos Fernández y los religiosos agustinos permitieron que éstos solicitaran se les venda parte de la propiedad frontera a la iglesia y portería de su convento, con el fin de edificar una plazuela que permitiera un mayor lucimiento a su iglesia.

Don Diego y su esposa aceptaron la venta del sitio, la cual se realizo el 14 de mayo de 1640 por la cantidad de 950 patacones. Desde entonces Trujillo tuvo un nuevo espacio público, frente a la iglesia de San Agustín.

La plazuela edificada tomó el tradicional nombre de San Agustín que hasta el presente conserva, a pesar de que oficialmente, en varias oportunidades, se le quiso nombrar de maneras diferentes.

La casa heredada por doña Isabel de Rivas databa del siglo XVI. Destruida por el terremoto de 1619 fue reedificada sobre gran parte de sus mismos cimientos, conservando de esta manera la gran mayoría de su traza original, que perduró hasta mediados del siglo XVII, época en que la familia Fernández decide construir una nueva casa condicionada a la presencia de la nueva plazuela y a una área no convencional para la edificación tradicional de las casas virreinales trujillanas, de amplios patios, traspatios y huertas, distribuidas espacialmente en el sentido longitudinal de los solares primigenios.

A pesar de las limitaciones la casa familiar de los Fernández fue imponente y señorial, viéndose muy favorecida en sus proporciones y trazo arquitectónico de fachada por la presencia de la iglesia y la nueva plazuela que definieron desde entonces el perfil de este bello y tradicional rincón trujillano.

La nueva casa lució una esplendida fachada cuya portada se abría a la entonces llamada “calle de la sierpe”, hoy calle Mariscal Orbegoso, a su costado izquierdo una tienda accesoria con puerta a la calle, a su otro costado una amplia galería con barandal y fuertes canes labrados en madera de algarrobo que hacía esquina con la plazuela de San Agustín, seguida de dos ventanas voladas con sus balaústres torneados en algarrobo que juntamente con esa parte de la galería miraban a la iglesia del convento agustino, la puerta de una calesera completaba el costado de la fachada que daba hacia la plazuela de San Agustín.

La presencia la galería como elemento arquitectónico de fachada en casa de una sola planta, resulta caso único en los estudios realizados hasta el presente, referentes a la evolución histórica de la arquitectónica civil trujillana, y de gran interés para los estudiosos de esta disciplina.

La galería descansaba sobre 53 canes labrados en algarrobo, apoyados en un sólido y largo pedestal de adobes, que juntamente con el barandal, así mismo de madera torneada en algarrobo, y su cobertura sostenida por pilares de madera, daban la vuelta y hacían esquina con la plazuela.

Las amplias habitaciones de la casa como sala, cuadra y dormitorio se cubrieron de fino artesonado de influencia hispano mudéjar labrado en maderos de roble y alerce, todas ellas con puertas de comunicación a la larga galería y al corredor alto del patio principal, corredor compuesto por seis columnas de madera de amarillo que hasta hoy sostienen el techo de cuartonería de cedro, guarnecido, por esos tiempos, por un sólido barandal de balaústres torneados en madera de algarrobo.

Las habitaciones principales mencionadas, más la cámara, tras recámara y el corredor del patio principal se edificaron sobre un alto terraplén. El zaguán también se cubrió de artesonado de roble y alerce. Completaban la casa algunas piezas no terraplenadas, en el patio principal, y de éstas, las que miraban a la puerta principal de la casa, estuvieron guarnecidas por un corredor bajo con columnas corintias azapatadas muy vistosas y característica de la época. En el traspatio se construyeron las piezas destinadas al servicio de la casa. Diego Fernández Durán falleció en el año 1665; su esposa en 1686. Recibieron cristiana sepultura en la capilla del Santo Cristo de Burgos de la iglesia del convento de San Agustín, concedida a la familia por los religiosos.

Uno de sus cuatro descendientes fue el licenciado Diego Fernández, quien heredo la magnífica casa trujillana edificada por sus padres, conjuntamente con tres casa tiendas ubicada en la plaza mayor de la ciudad, el trapiche San José de Buena Vista y la hacienda Tomabal en el valle de Virú, propiedades que se sacaron a remate público a pedido de sus acreedores. Por esa época la economía trujillana afrontaba una dura crisis originada por largas sequías y enfermedades en sus cultivos, como la llamada “epidemia de los trigos”. La crisis del comercio del trigo y harina empezó a sentirse a partir de 1687, coincidente con el terremoto de Lima del mismo año. La pérdida de la sementeras de trigo dio lugar a la expansión del cultivo de la caña de azúcar y al pronto reemplazo de los antiguos “molinos de moler trigo” por los “trapiches de moler caña dulce”.

El licenciado Diego Fernández, al igual que los demás hacendados del los valles de Trujillo, se vio cargado de deudas y censos impagos e imposibilitado de poder satisfacer a sus acreedores. El remate de todos sus bienes se realizó el 01 de septiembre de 1707, a favor del capitán Francisco de la Huerta y Zubiate, acaudalado comerciante trujillano, convirtiéndose en el nuevo dueño de la casa de la esquina de la plazuela de San Agustín y de las demás propiedades. En 1723 el capitán de La Huerta Y Zubiate vendió la antigua casa de la calle de la sierpe, al capitán Juan de Orbegoso y Aranda. El capitán de la Huerta y Zuibiate falleció tres años más tarde, soltero y sin dejar descendencia.


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